Hace ya algún tiempo, no sabría decir cuánto, me he percatado de que me falta algo, de que no tengo una cosa que siempre había poseído: mi sonrisa. No sé quién me la quito, aunque en realidad tampoco sé si me la robo alguien en concreto, o ha sido un cúmulo azares los que me la han "birlado".
Sea como sea, lo noto. Y no solo yo. Los que tengo cerca y me rodean también se han dado cuenta. Algo ha cambiado, ya no es lo mismo.
Volviendo a la responsabilidad sobre la ausencia de mi sonrisa, creo más en la segunda versión. Ha sido un conjunto de cosas, sucesiones de hechos, falsos estímulos y percepciones engañosas lo que ha provocado que ya no sonría como antes.
Aunque eso se ha acabado. Bien es cierto que desde que mi anterior e idolatrada empresa recortase gastos por la nefasta gestión de quien la dirige, y mis huesos dieran en la "puta calle", no he tenido muchas alegrías profesionales, pero se acabó no sonreír.
También es cierto que la propia situación española, llena de corrupción, calamidades y "repartecarnés" sin licencia, no da para muchos goces, pero se acabó no sonreír.
A todo esto hay que sumar el futuro. Incierto, inestable, con un sector del que quiero ser parte, el de la comunicación, que sigue viciado por antiguas costumbres es un problema, pero se acabó no sonreír.
Ha llegado la hora de regenerar optimismo. Eso sí, un optimismo real, basado en que la vida está aquí por algo, que no todo es conseguir lo que uno quiere, o peor aún, conseguir lo que uno cree que quiere, o le han dicho que debe querer. La vanidad, los egos desmedidos, "querer ser alguien", "querer ser algo", aspirar a que mi opinión sea escuchada por muchos... Si a los vicios de una persona le añadimos los de alguien que pretende ser periodista, tenemos la persona que no quiero ser.
Sé que valgo para el mundo de la comunicación y sus aledaños. Sé que puedo formar parte de un equipo, aportar ideas, ambición y entusiasmo. Pero creo que hay algo que empiezo a tener muy claro: no quiero volver a perder mi sonrisa.