El año del que me habla (II)

(27 / dic / 2023) – En diciembre de 2013 empecé esta serie de despropósitos y balances anuales. Desde entonces no he faltado a ninguna cita. Cambié el motivo de los ‘post’ desde esos, precisamente, despropósitos a enunciados del año. Este año se repite segunda parte de 2020. Aunque hay que asumir que, pese a todo, se ha saldado de mejor manera.

Desde que Rusia invadió Ucrania se ha insistido en que tenemos la guerra a las puertas de Europa. En realidad, está dentro de Europa; pero el único pesar -no hagamos hipocresía barata- ha llegado a nuestro bolsillo. En esa zona concreta del pantalón es donde han caído los obuses. Lo curioso es que el ansia generada durante los meses pandémicos nos ha hecho gastar, gastar y gastar. Así que la crisis ha sido menos crisis.

Pero aquí no hemos venido a hablar de la guerra. El protagonista soy yo. Este año tuve cambio de los gordos. Mi tiempo pasó a estar en manos de otro periódico: ECONOMÍA DIGITAL. Era un movimiento vital (qué trascendental suena esto). Necesitaba cambiar de aires. Costó coger el ritmo. La guerra no ayudaba, y la locura periodística nos ha llevado a un escenario surrealista donde cada día se intenta descubrir la rueda. Y claro, eso es imposible.

Con el paso del tiempo todo se encauzó. Un cauce con una crisis energética histórica -tema que cubro- y un estúpido frenesí político que lo zarandea todo. En definitiva, motivos para no estar tranquilo más de dos días seguidos. Pero al final todo es coger el truco. Una vez que se logra, tan solo queda ser profesional e intentar contar de la mejor manera posible lo que sucede. Además, las reflexiones periodísticas me las ahorro. Solo el tiempo dirá qué se puede sacar de esta profesión que, ahora mismo, se ha metido en un pequeño lodo de intrascendencia del que será difícil salir.

LA VIDA MÁS ALLÁ

Es triste empezar todos los años hablando de trabajo; pero más triste es no hablar de ello. Así, mientras la salud y el amor acompañen, habrá que conseguir un equilibrio continuado. Sobre lo primero, curiosamente, he empezado a coquetear con la crisis de la mediana edad. Las alertas han sonado porque soy incapaz de jugar un partido de baloncesto sin salir herido de alguna manera.

Nada que lamentar a mayores. Solo el reflejo del paso de la vida. Por lo tanto, mientras que todo se resuma en un pinchazo (tras otro) o un meñique luxado, podremos cantar victoria. No obstante, estos pequeños lances son los pies de página que te recuerdan que es mejor, poco a poco, no dejar nada para mañana.

En cuanto al amor, tengo la mejor familia del mundo. La de sangre, que sigue siendo la piedra con la que lamentarse cuando las cosas se tuercen; y la elegida, compuesta por una humana y dos gatos gamberros que me dan la vida, día tras día.

Con estas cartas, lo único que pido es que no cambie nada. Que en diciembre de 2023 pueda mantener esta mano, que del resto ya me ocuparé. La vida es un gran juego de azar; por eso, a veces, hay que ser prudente y no perder la cabeza.

LO QUE CUBRE EL AÑO

En 2022 volví a viajar fuera. Cerca, pero un descubrimiento de esos que te dejan un regusto perfecto. Conocí Oporto. Volveré. También conocí Navarra. Y su misticismo me embrujó más de lo previsto. Ahora, para este año, solo espero seguir conociendo nuevos lugares. Y en cada sitio, beber su respectivo vino.

Este año también me reencontré con la lectura. Más allá de los buenos libros que puse entre manos; lo importante fue que los disfruté. Conseguí recuperar el placer de leer, de hacerlo de manera tranquila. De aprender, sonreír, perturbarme; simplemente querer más. También vi buen cine y buenas series. Aunque para esto creo que haré ‘post’ aparte.

Para cerrar el año, y como gran propósito de cara a 2023, cayó en mis manos un libro que ya tiene sus años: ‘Elogio de la lentitud’ (Carl Honoré; RBA, 2004). Se trata de un ensayo que, más allá de leerlo, hay que aplicarlo. Y esa es mi intención. Desde hace tiempo lo intento. El ‘modo avión’ de mi móvil se ha convertido en un fiel aliado. Y más que lo va a ser. Alguien nos engañó. Dijo que la vida es muy corta y, por lo tanto, hay que vivir rápido. Y sí, la vida es corta, pero no se disfruta más de forma acelerada, compulsiva y, a fin de cuentas, desnutrida de sensaciones. Vamos a intentarlo.

 

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