El año que trabajé


(30 / dic / 2019) - La mayoría de mis recuerdos en este 2019 para escribir este balance anual están relacionados con el trabajo. Llegados a este punto no sé si es bueno o malo. Es lo que hay. Por ello, si hace 365 días escribí eso de 'El año que llegó Anitín', éste no me queda otra que homenajearme a mí mismo en las interminables horas dedicadas a mi periódico.

Como si de la revista 'Time' se tratara, el personaje del año en mi vida lo focalizo yendo a trabajar, o volviendo, o rematando algo en casa. La única certeza es que pase lo que pase... siempre está MERCA2 de por medio.

No es una queja. Sobrevivo bastante bien. Tanto en el propio trabajo, como fuera de él. Más bien es la narración de una certeza que, si no cambia mucho la situación, también se repetirá en 2020. Y no, tampoco es una queja. Pero la intensidad de un pequeño medio requiere de mucho sacrificio, sobre todo personal. Además, fue un año donde tuve que tomar más responsabilidades, vi marchar a un gran compañero y amigo -y unos meses antes también a un buen jefe- y tuvimos una pelea informativa propia de los más grandes. Por eso, el balance -pese a la exigencia-, es muy positivo.

Hay lamentos, lógico. Porque "despacheo" más de lo que escribo (parte del cargo); y porque las cosas no siempre salen como uno quiere (la edad no te acostumbra). Pero sigo aprendiendo, conociendo gente, viajando... y por ello me pagan. Ser periodista, pese a todo, sigue mereciendo la pena.

EL RINCÓN PERSONAL


Por lo que respecta al ámbito personal, la ecuación es cruel: más tiempo dedicado al trabajo, menos tiempo para uno mismo. Simple. Pese a todo, saqué tiempo para viajar. Viajar a sitios que no pensaba, como Budapest o Viena; o lugares de donde me traería una nueva afición, La Rioja.

En cuanto a las cosas importantes, con lo fundamental -y necesario- en mi vida voy rumbo de los 10 años siendo la persona más feliz del mundo. Tan solo me pongo un "debe" y, precisamente, tiene que ver con una clase de tiempo. A veces, uno se olvida de lo simple, las palabras bonitas, los pequeños agradecimientos, las miradas que sugieren todo... la vida nos empuja de manera maliciosa a dar por sentadas las cosas, quitar el valor de los pequeños detalles o, simplemente, a estar. Por eso quiero que todo valga, ganar cada partido, imaginar muchos momentos como el primer día. La ilusión es un veneno que se debe renovar.

Y lo mismo pasa con otras cosas. Mi familia está bien. Les noto. Los siento. Pero quizá demasiadas veces en la distancia. Te acostumbras a que estén al otro lado del WhatsApp, para lo bueno y lo malo. Y esa costumbre te aleja de manera tímida. Así que otro "debe".

LO QUE NO DEBE FALTAR

En este relato íntimo que cuento en público desde hace muchos años, siempre intento hacer memoria de los propósito que quiero cumplir. Lo bueno es que desde hace tiempo no me impongo nada.

Hace años pensaba en las películas que me quedan por ver, los libros que me faltaban por leer o todo el deporte que no haré. Luego, con el tiempo, asumí que es mejor no plantearse nada; pero también es una trampa estúpida. Ahora, quizá, soy más mundano. Aspiro a leer lo que me guste en cada momento, ver lo que pueda y jugar al baloncesto siempre que tenga tiempo -y mis rodillas lo permitan-. Soy consciente, y vuelvo al inicio, de que si quiero disfrutar de mi trabajo al 100% debo sacrificar muchas cosas. Ni es justo, ni me voy a quejar. Es lo que hay. Cambiar el mundo desde un blog es bastante complejo.

Por cierto, un blog al que metí 3 entradas en 2019. Lamentable. Pero el tiempo vuelve a ser el problema. Pese a todo, he llegado al momento de mi vida en que me imaginaba hace una década. Eso, supongo, es un privilegio que no todo el mundo puede tener. Ante esta ecuación, habrá que saber mover bien las "x" para conseguir despejar la "y" de tener más tiempo y, a la vez, disfrutar del propio trabajo. Complejo, pero no imposible.


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