El año que llegó Anitín


(30 / dic / 2018) - Desde hace seis años, justo en estas fechas, siempre escribo en el blog una suerte de propósitos y despropósitos para la próxima temporada. Este año me lo voy a saltar. Básicamente porque al final no cumplo nada, y cuando releo en cada diciembre la entrada anterior, me sonrojo.

Lo curioso es que un rato antes de ponerme a teclear he visto en la prensa que marcarse una serie de propósitos es bueno para la salud. Sobre todo la mental. También es cierto que cuatro párrafos más abajo decía que el 80% de dichos retos se dejan de cumplir en marzo. Así que pa' qué vamos a andar con hostias de aspiraciones, metas o sueños que en tres meses van a ser parte del olvido.

Pese a todo, este ratito de reflexión sobre el año que dejamos y el que nos viene, hay que echarlo. Principalmente porque conviene recordar lo que hemos hecho, lo que dejamos en el camino, lo que no supimos hacer, lo que hubiéramos hecho de otra manera... también, claro está, hay que mirarse el paquete, sentirse orgulloso por las cosas que salieron bien, las que nos dejó el alma tranquila...

Este 2018 lo puedo resumir en una anécdota que tuve con un compañero periodista de otro medio de comunicación. A la altura del verano, o quizá ya un poco metidos en él, me preguntaba qué tal estaba. Yo le respondí con una sonrisa que "bien, muy bien". Me miró algo incrédulo y dijo: "¿Y eso?".

En ese momento me di cuenta que desde hace unos cuantos años andamos metidos en una espiral de pesimismo y zozobra bastante importante. La gente asume que lo lógico es estar mal, quejarse, refunfuñar, meter el dedo en el ojo al de al lado... Lo entiendo. Es nuestro contexto. Seguimos con una crisis social y económica encima, tenemos unos políticos que no ilusionan; al revés, crispan, irritan y decepcionan. Los trabajos son precarios y eternos. Y encima, en mi profesión, las cosas andan revueltas.

Pero oigan, no voy a pedir disculpas por ser feliz. O entrando en los debates sobre el significado de la felicidad: por tener momentos en los que estoy de puta madre. Ha sido un gran año. Mi familia tiene salud, o al menos lo aparenta; vivo con la mejor persona del mundo y en el trabajo estoy contento. ¡Qué más voy a necesitar!

Para rematar la faena, este año llegó a mi vida un gato. Sí, uno que no quería. Pero al final me he acostumbrado. A fin de cuentas, estar en casa es tenerlo encima. ¿Qué no?


Sí, esto es él mientras escribo. Una bola de pelo andante, pero que tiene cosas graciosas. Merece la pena, después de todo.

NO TOCAR LO QUE FUNCIONA

En el deporte, los entrenadores más tópicos, suelen decir que no se debe tocar lo que funciona. Quizá no les falte razón.

Ahora mismo mi vida es plena. Lamento, es cierto, lo que me pesa todos los años: no poder dedicar más tiempo a la gente a la que de verdad me gustaría dedicar más tiempo. Quizá ese sea el gran lunar.

Mi trabajo me absorbe mucho. De hecho me absorbe la vida. Pero como estamos en ese momento de coger el punto positivo, no desviemos el tiro. Pese a todo, me genera muchas satisfacciones. Además, este año ha sido intenso hasta el extremo. Junto a mi trabajo en MERCA2, esta temporada tuvimos la llegada de nuestros hermanos políticos a la redacción, MONCLOA.com. Con ellos llegó la televisión, la fama efímera y también la policía. Todo concentrado en un par de meses que han sido como tres años de facultad. Días para descubrir en quién confiar, en quién no, de quién aprender y a quién tenerle más o menos respeto.

Con esta mezcla, no pido nada a 2019. Tampoco me marco retos u objetivos de los que me habré olvidado en marzo. Aspiro a que el chasis siga en pie; y es que la edad empieza a avanzar, y que profesionalmente todo siga sobre ruedas.

Me gustaría seguir aprendiendo, conocer gente nueva (e interesante), y no perder de vista a los que siempre han estado ahí. Deseo conocer algo más de mundo, el que está lejos, pero también esa España que siempre falta por descubrir. Quiero comer mucho, beber buen vino y reír en exceso. No busco grandes metas profesionales. Me conformo con mantener lo que tengo, salir cada día del trabajo con la conciencia tranquila, contando lo que pasa a mi alrededor, siendo justo con quien lo merece y exigente con los que deben dar explicaciones.

Solo aspiro a que si alguien me pregunta cómo estoy, la respuesta sea "bien, muy bien". También confío en que mi gato, de nombre Anitín, siga llamándose así.

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