Dos extraños en un autobús


El viaje era largo, extremadamente largo, de esos que provoca cansancio solo la inercia de pensar en ellos. Madrid y Murcia no están cerca, y un autobús de Alsa, sobre todo de los antiguos, no es precisamente la mejor herramienta para acercar estas dos ciudades. Más de 5 horas con el sopor de las tierras castellanas de por medio. Más de 300 minutos con la sensación de un viaje que no se acaba nunca, o en el peor de los casos, que nunca quieres que se acabe. 

A mi favor el cielo. Negro, oscuro como si pretendiese robar toda la luz del sol y no volverla a ofrecer, también parecía por la labor de estrujarse y dejar caer un agua que parecía infinita. Es muy difícil acordarse de las tormentas, pero de aquella me acuerdo, porque fue durante aquel viaje cuando yo compré ‘Ciudades Jirón’, el libro de mi compañero, y puedo suponer que amigo, Alberto Caride.
 
En su muro de Facebook ha invitado a todos los que nos hemos hecho con el poemario a comentar dónde y cuándo lo hemos conseguido. Como soy tendente a creerme siempre protagonista, no me basta con decir que lo compré la semana pasada en la Feria del Libro de Madrid, ante su mirada, sus cigarrillos olor a vainilla, y los primeros hilos de un verano que no quiere aparecer. No, tengo que endulzarlo, adornarlo y poner al servicio de todo el mundo mi frustrada y escasa capacidad de creación literaria, a camino entre el mal periodismo digital y el chusco género de la vivencia personal. 

Pero es que en realidad no me hice con ‘Ciudades Jirón’ la semana pasada, fue hace más de 5 años en un trayecto de autobús entre Madrid y Murcia. Yo no conocía a Alberto, y Alberto no me conocía a mí. Bueno, no exactamente. Es decir, yo sabía que él era el pelirrojo que de vez en cuando iba por clase y además estudiaba Filología Hispánica, y supongo que él sabía que yo era el madrileño redicho que siempre levantaba la mano en clase. Poco más, extraños en un autobús que simplemente el destino quiso cruzar para saber si años después podían darse un abrazo y que fuera sincero.


No íbamos juntos. Recuerdo que yo iba en las primeras filas, pero no fue hasta la parada, en medio de la nada, donde Albacete no tiene nombre, cuando en un bar lleno de zombies cansados por las más de 2 horas de viaje y la intensidad de la lluvia, me percaté de su pelo naranja. Un saludo cordial, un “tú qué haces por aquí”, y la sensación de que al menos no nos llevábamos mal. Al subir al autobús recuerdo que cambiamos el sitio, o no, quizá iba detrás de mí y no me había dado cuenta, a lo mejor ni si quiera volvimos a cruzar la palabra durante el viaje, o quizá sí, hablamos sobre periodismo, la Universidad, Murcia… Lo que está claro es que desde entonces surgió una relación de extraños bastante afectiva. 

Puede que en los 2 años que viví en Murcia nunca hablase con Alberto más de 30 minutos, y es muy probable que no lo haga en la vida, pero a veces surgen relaciones así, que sin serlo son más que otras llenas de palabras vacías y promesas de un café a destiempo. 

La semana pasada fue cuando compré ‘Ciudades Jirón’, el libro de poesía que escribe el extraño con el que me crucé en un autobús hace más de 5 años. Supongo que lo leeré, y así, perdurará en la memoria aquella tarde de tormenta gris, enfadada con el mundo y que descargó sobre nosotros su rabia en forma de lluvia. A veces, en la vida, conviene encontrarse con muchos extraños en el autobús, que lo sean toda la vida, pero que cuando se ven son capaces de fundirse en un abrazo sincero y cargado de esperanza.

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