Si las personas tuviéramos el buen vicio de hablar con propiedad, en vez de marear perdices inoportunas, o jugar a hacer círculos sobre el significado de las cosas, seguramente seríamos mucho más felices y nuestros niveles de estrés y ansiedad serían casi nulos. Pero no, una vez tras otra nos vemos obligados a hacernos trampas al solitario para tener un estúpido e irreal placebo de felicidad.
Lo primero en esta cuestión sería discernir la diferencia entre ser pobre, llegar ajustado a final de mes, o no tener ni para comida. En mi caso, por suerte, simplemente me quedo en el primer grupo, un feliz pobre, por qué yo pregunto, ¿cuál es el problema de ser pobre?, es más, ¿los que no se creen pobres cobrando poco más de 1.000 euros al mes, de verdad asumen esa falacia?
Hace poco, discutiendo con una persona cercana a mí, me decía que si mi pareja cobra alrededor de los 1.500 euros, y yo consigo un contrato similar, o incluso inferior, formaríamos un entorno “familiar” asentado en la clase media. ¿En serio?, ¿clase media? Vuelvo a insistir, con ese dinero alcanza para comer todos los días, pegarse un par de caprichos al mes, y tener unas vacaciones felices en algún lugar de la costa, pero de ahí a ser de la clase media va un trecho bastante importante. Tanto como unos 500 o 1.000 euros más cada uno. En ese momento sí que podríamos estar hablando de que asomo la cabeza por la clase media-baja. Todo lo demás son contorsionismos lingüísticos para no sentirme mal, pero ya no me apetece seguir enredando palabras. Soy pobre, y muy feliz.
No pretendo evangelizar con mi discurso, pero cuanto antes asumamos que la generación de los nacidos en la década de los ’80 seremos pobres, nuestro grado de satisfacción personal con nosotros mismos y con nuestro entorno será mucho mejor. Ni vas a trabajar en lo que soñaste de pequeño, ni viajarás al Caribe todos los veranos como te decía “Curro” hace 15 años. Además, esto no se trata de una resignación ni de un vendaval de pesimismo alejado de las políticas emprendedoras de conseguir lo que uno sueña que ahora están de moda, simplemente se trata de ser feliz con lo que uno tiene en cada momento sin pensar en realidades alternativas.
MIRANDO LA REALIDAD
Como ya he señalado, no pretendo convencer a nadie para que me acompañe en mi pobreza. Es más, invito a que sigan instalados en su clase media de falso postín, así yo sabré disfrutar más de mis pobres y mundanos placeres. Pero como los números son los números, solo hay que alzar la vista un poco más allá del presente inmediato para darse cuenta de que no solo somos pobres ahora, sino que dentro de 15 o 20 años lo seremos más. Estos cálculos son sencillo, por ejemplo, si los autónomos ahora mismo ya están cotizando bajo mínimos, y lo siguen haciendo durante años, ¿cuál será la pensión resultante? Correcto, “una mierda”.
Pero el ciclo virtuoso de la economía prosigue. Si una gran mayoría de desempleados están capitalizando su prestación por desempleo para hacerse autónomos, y a su vez pagar menos en la cotización social, como hemos mencionado, el montón de mierda sigue creciendo.
Aunque esperen, que hay más. Según un sondeo del Eurobarómetro, el 5% de españoles dicen trabajar en negro, pero cuando se sinceran, admiten que conocen un 33% de personas que lo hacen, es decir, más de 5 millones de trabajadores del total de 16 millones de ocupados que hay en estos momentos. Hagan cuentas de todos los que no están pagando sus impuestos y sus cotizaciones sociales de cara a las futuras pensiones.
En serio, no pretendo ser pesimista. Es más, creo que tarde o temprano, aunque mejor dicho, más tarde que temprano, la economía española generará otra burbuja en torno a cualquier cosa que vuelva a crear riqueza a los mismos, y de soslayo los pobres sacaremos algo de tajada. Punto y final. Así pues, en todo este tiempo tenemos varias opciones. Personalmente he asumido la de ser pobre. Además, al igual que la felicidad no se trata más que de un mero estado de ánimo, al menos mientras haya un plato de comida en la mesa, por lo que se debe disfrutar de cada momento como si fuera el último y no complicarse pensando qué podíamos haber sido, o qué no tuvimos que ser.
Seamos pobres, así, al fin y al cabo, solo nos queda progresar, porque si la cosa se pone peor… mejor no lo pensemos.
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