Renovar o morir

Llegan los primeros síntomas del otoño más cerrado, ese de lluvia y primeros fríos, y toca revisar el armario para que la ropa se adecúe a la situación y salir en manga corta a la calle no sea necesario.

Después de años de desidia ante las rebajas y las modas, uno se da cuenta de que el armario es un lugar casi inexplorado. Mismos 3 ó 4 pantalones, mismas 4 ó 5 camisas y camisetas, y poco más. Un jersey feo como él mismo, que lo tengo desde que vivía en Leganés, unas sudaderas que bien pudieron pertenecer a mi padre y otras cosas que es mejor no mencionar.

Por eso mismo, el armario de mi habitación lo utilizo casi como un trastero. Un tablero de ajedrez, mochilas, unas pesas que no recuerdo muy bien cómo llegarón ahí, cintas de cassette, bufandas de varios equipos de fútbol, pañuelos de marcas de alcohol, más pañuelos de más cosas y cosas que no se sabe qué son.

Y ante todo eso... Lo que ven arriba en la imagen: algunos de mis muñecos de niño. Como se puede observar, sobre todo en los personajes de 'Bola de Dragón', soy de familia humilde, por lo que las figuras eran del rastro o de los antiguos bazares de 'Todo a 100 pesetas'. Pero la cuestión es que valían para su objetivo: que se dieran de leches los unos con los otros. Con ellos, también he encontado muñecos originales de pressing-catch, y estos sí son auténticos. Se conoce que ese año fue de vacas gordas, o de un buen bingo cantado en las navidades.

La cuestión es que en esa ansiedad que me ha entrado por renovar las cosas, no me ha costado deshacerme de ciertas prendas de ropa que son más bien terribles, pero de los muñecos, de ellos no he podido. Al menos al principio, y es que durante unos minutos, un puñado, tampoco voy a mentir, he reflexionado sobre el presente, el pasado, el futuro, lo que somos, lo que hemos sido...

Después de ese pequeño diálogo interior, he decidido que todos tengan el mismo destino: una muerte dulce en la bolsa de la basura. Y es que de nada vale vivir el pasado si no somos capaces de vivir nuestro presente.

Aunque finalmente he decidido indultar a tres. Sí, los tres buenos, y es que me da el apuro del pobre tirando cosas caras a la basura.

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