La semana pasada ya traje a este pequeño lugar un texto que abrazaba, o al menos lo intentaba, la literatura con una pequeña reflexión personal. Pues bien, creo que mis paseos matutinos de camino al trabajo van a dar de si más de lo que yo pensaba.
Concretamente, esta mañana me he vuelto a cruzar con una chica que se sitúa en la esquina del Ministerio de Economía para realizar malabares a cambio de "algo".
Personalmente me resulta curioso. No porque pedir dinero sea algo poco habitual en Madrid, sino porque se ha perdido la esencia de cómo trabajarse esas pequeñas monedas. Muchas veces, en el Metro o simplemente por la calle, la gente tiende la mano y pide, sin ofrecer nada a cambio. Es lógico, su situación debe ser lo suficientemente dura como para andar jugando a los títiriteros o aprendices de cantautor, pero en ocasiones algo sacado de lo común puede despertar la simpatía necesaria para hacer ese sacrificado gesto de sacar unos céntimos del bolsillo.
Esta malabarista en cuestión suele llevar un bombín. Negro, casi roto y de aspecto olvidado. Debajo aguarda una maraña de pelo a modo rastafari que deja entrever una actitud desenfada ante el mundo. Siempre lleva unas botas altas y cuyo color quiere pasar desapercibido. Por lo general lleva una falda de volantes que ayuda a que sus gestos circenses se compongan en una onda casi perfecta.
Durante su "actuación" casi todo vale con tal de abrir unas bocas bostezantes que se relamen el café de hace pocos minutos. Bolas, cuerdas, diábolos... todo lo que pueda subir y bajar y volver a subir es válido.
Al final, una genuflexión pizpireta y una mirada tímida dan por acabada la pericia número 22 de una mañana que empieza a tragarse el sol, convirtiendo ese pequeño circo en un absurdo y afeado caldero que no deja ver más que una mira fugaz.
Concretamente, esta mañana me he vuelto a cruzar con una chica que se sitúa en la esquina del Ministerio de Economía para realizar malabares a cambio de "algo".
Personalmente me resulta curioso. No porque pedir dinero sea algo poco habitual en Madrid, sino porque se ha perdido la esencia de cómo trabajarse esas pequeñas monedas. Muchas veces, en el Metro o simplemente por la calle, la gente tiende la mano y pide, sin ofrecer nada a cambio. Es lógico, su situación debe ser lo suficientemente dura como para andar jugando a los títiriteros o aprendices de cantautor, pero en ocasiones algo sacado de lo común puede despertar la simpatía necesaria para hacer ese sacrificado gesto de sacar unos céntimos del bolsillo.
Esta malabarista en cuestión suele llevar un bombín. Negro, casi roto y de aspecto olvidado. Debajo aguarda una maraña de pelo a modo rastafari que deja entrever una actitud desenfada ante el mundo. Siempre lleva unas botas altas y cuyo color quiere pasar desapercibido. Por lo general lleva una falda de volantes que ayuda a que sus gestos circenses se compongan en una onda casi perfecta.
Durante su "actuación" casi todo vale con tal de abrir unas bocas bostezantes que se relamen el café de hace pocos minutos. Bolas, cuerdas, diábolos... todo lo que pueda subir y bajar y volver a subir es válido.
Al final, una genuflexión pizpireta y una mirada tímida dan por acabada la pericia número 22 de una mañana que empieza a tragarse el sol, convirtiendo ese pequeño circo en un absurdo y afeado caldero que no deja ver más que una mira fugaz.
yo todos los días la veo cuando voy a currar y el otro día la vi nerviosa ante una motorista con un casco de la union jack. Entonces al oirla, supe que es argentina.
ResponderEliminarAhí donde la ves tiene su genio y todo XD