Un año de transición


(26 / dic / 23) - Quien me conoce sabe que soy de tradiciones. Me gustan más que los principios. Estos últimos se moldean, y a veces conviene darles una repensada. Pero las tradiciones me engatusan. Por eso, esta entrada en el blog no falla. No lo hace desde 2013.

Se trata de un repaso de mi año. Mi ombligo en el centro. Mi mojón en el camino. Esa señalización para saber cuándo dejo de cumplir lo que tenía en mente.

Los dos últimos años proyectaba cuestiones sociales, como la polarización, que ha ido a más -y de la que pretendía escapar-; y la intención de “vivir más despacio”.

De lo primero me siento satisfecho. Cada cual que diga lo que quiera. He decidido no entrar al capote de quien necesita que lo empitonen para reafirmar sus ideas. Los amigos de la verdad absoluta bastante tienen con llevar ese peso. Nadie les obliga a cargar. Lo mejor es asentir. Y cuando se dan la vuelta, justo en ese momento, volver al camino de la empatía, intentar ser mejor persona, escuchar, apoyar…

Sobre “vivir más despacio”, la cuestión se complica. Estoy en ello. Lo consigo bastantes veces. Pero ahora surge esa otra carga moderna que lo definen, en el ámbito audiovisual, como el miedo a perderse algo, a no estar al día. Cada año sabes que habrá más libros que no puedes leer; películas que ver; series con las que disfrutar; y destinos que se hunden en alguna reposición de ‘Madrileños por el mundo’.

Uno intenta leer, ver, correr, ir más deprisa; ver más, disfrutar más, beber más… pero nunca es suficiente. Y encima llega la ‘crisis de los 40’; porque llega. Te sitúa en un nuevo punto de partida y, encima, te recuerda que la carrocería y el motor ya no son nuevos.

¿QUÉ HACER ENTONCES?

Como primer objetivo hay que situar prioridades. Cada día cuenta más. Una resaca ahora vale por dos y cuenta por tres. Perder los días da más vértigo. Lo que resta hay que contenerlo.

En lo más alto del ranking se sitúa el desgaste emocional que provoca el trabajo. Día a día. A veces, casi, hora a hora. El periodismo -y su ejercicio- se han convertido en una práctica de riesgo para la salud mental. Ningún factor ayuda. La profesión se ha sumergido en un lodazal de fango, ego y confrontación que duele a diario.

Es una desgracia. Se ha transformado en un acto de supervivencia. Hay que parar; no puede ser un lastre. Las canas deben ser aliadas para sortear las lindezas que siempre acompañan, y exprimir los rescoldos de un trabajo bonito -en sus buenos ratos-.

Pero no quiero quedarme con ese amargor. 2023 ha sido razonablemente bueno. Descubrí lugares muy curiosos, como son los Países Bajos; y seguí conociendo cachos de España, un lugar que admiro; aunque esa fijación en ocasiones sea más hacia las piedras que las personas.

Viajé al bajo Pirineo; me sumergí en la fría Cuenca; y puede ver muchos rincones de Burgos. La historia que tenemos nunca nos la podrán arrebatar. Hay que disfrutarla.

¡VIVAN LOS ‘TANINERS’!

Este año lo recordaré con especial cariño por el nacimiento de mi última aventura: ‘TINTA y TANINOS’; tu podcast para leer y beber con tranquilidad.

Siempre he andado con ideas en la cabeza. Necesitaba parir proyectos, criarlos, engancharme… y lo he vuelto a conseguir. No sé si he dado por culo lo suficiente con mi pequeña criatura. Lo cuidaré más, y vendrá siempre conmigo.

Este proyecto me ha llevado a viajar, leer y beber. También genera ratos de placidez con buena gente. Es mi gran apuesta para tener momentos de tranquilidad. Lo aprovecharé al máximo.

Y AHORA…

En resumen, creo que ha sido un gran año. Si esta entrada habla de transición es, precisamente, por esa mezcla vital, personal y profesional que busca un camino distinto.

Cuando repaso los ‘post’ de hace 10 años -o más-, el trabajo y sus perspectiva centraban todo. Ahora, por desgracia, demasiadas cosas también las absorbe su contexto. Y esa es la transición. Esquivar -falsas- preocupaciones, y enfocarme en paisanear por la vida con ganas. Mis ganas. 

Habrá que leer, ver, beber, viajar -y cuidar con mi vida a los que son mi vida-… asumiendo que a cada paso el camino se hace más largo. Uno se da cuenta de que, además, hay bifurcaciones, otras sendas… que abarcar todo es imposible. En todo caso, lo único que cuenta es seguir algún camino.

 

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