Una edad difícil


Lo lleva mamá”. Estas palabras, con la dulce seriedad de quien da una orden con una sonrisa, todavía piquetean en mi cabeza. En el suelo, un niño de un par de años, tres como mucho. Mirando, de forma expectante y escondida bajo un gran paraguas, su madre. Ella debe tener aproximadamente unos 30 años. 

Mentira, en realidad sé que tiene exactamente 30 años, ni más ni menos. Soy consciente de ello porque tras una breve batalla frente al paraguas y los sollozos de un niño proactivo, por fin puedo mirar su cara. Se trata de una compañera del bachillerato. Por desgracia no recuerdo su nombre. Alicia, Ana… no lo sé bien, y me afano en pensar que ella tampoco se acordará del mío para descargo de mi inconsistente memoria. Han pasado 13 años y tan solo fuimos juntos un curso, el saludo sería algo impostado, por lo que decido seguir mi camino aunque en la distancia no pierdo ningún detalle de la escena.
 
Finalmente, el niño retrocede en sus intenciones y se cobija en torno a la madre. El día gris no da lugar a carreras, y los dos juntos avanzan a trompicones. Sigo pensando su nombre, pero no hay manera. Recuerdo su cara, el sitio donde se sentaba, que era una de esas alumnas que no generan problemas y pasan desapercibidas, pero ni un destello de su nombre. 

Mientras retomo mi camino pienso en ella, en su hijo, qué habrá sido de su vida, dónde trabajará, si siguió estudiando… Ante esas cuestiones veo mi reflejo en el escaparate de una zapatería, me hago las mismas preguntas, tengo su edad, y la primera diferencia que proyecta el húmedo cristal, a simple vista, es que yo no tengo que batallar por la custodia de un paraguas frente a un renacuajo gritón. Todo lo demás será una incógnita. 

Realmente no se trata de un pensamiento nuevo. Muchos días, cuando ojeo de forma monótona mi perfil de Facebook, se abren ante mí las historias íntimas de mis compañeros del colegio, el instituto, el equipo de fútbol en el que jugaba de pequeño… Así, un sinfín de fotografías y comentarios que dibujan argumentos de vidas muy variadas en torno a una edad, los 30 años. 

Hay quienes posan con sus hijos pequeños disfrazados en las fiestas de carnaval, los que lamentan haber sido despedidos del trabajo, al que le dejó la novia y lanza al viento todas sus miserias, quien retoma los estudios que años atrás dejó, el que estrena su nueva casa… Cada uno tiene una historia, y como los vinos, un grado de madurez. Por desgracia, como estúpidos y flagelados seres sociales que somos, siempre tenemos que vernos comparados con nuestros semejantes. Así, uno piensa si ya debería tener hijos, un trabajo, una vida estable, o por el contrario, y teniendo en cuenta que la sociedad ha cambiado y lo debemos asumir, ya no hay edades ni barreras, sino que las personas llevan el ritmo que su cabeza le permite. 

Sigo pensando el nombre, sigo pensando si estoy donde lo había imaginado hace 13 años, ¿lo estaría Alicia, o Ana, o como se llame? Un 2 de abril de hace tantos años, alguno de los dos habría pensado que nos cruzaríamos así…

2 comentarios:

  1. Al filo de los 33 y habiendo emigrado poniéndome el mundo por montera, ya te digo: el "debería" es una imposición social como el comprarse la casa, tener hijos, etc. En la era en la que todos tenemos que ser "nuestra marca personal" y se pide que seamos "únicos" e "inimitables" seguimos siendo una sociedad rancia en la que aún hay que hacer lo que los demás hacen o te miran mal.

    Cómo me dijo un amigo cuando estaba mirando un cuadro de los que se exponen en Arco y arqueaba mi ceja, dado que el arte moderno no lo entiendo en el 99% de sus casos - el 1% es postureo ya que tampoco lo entiendo -, es que a veces lo interesante es lo que el artista decide no hacer, porque "el no es una opción". Un ejemplo, aún recibo miradas asombradas cuando digo, como decía en pleno boom inmobiliario, "es que en mis planes, comprarme una casa no es una prioridad." La gente no entiende bien que son "mis" planes, tan válidos como los de los demás, y que con ello no critico su decisión, pero al menos que me dejen quedarme con la mía sin prejuicios.

    Al final se nos olvida que no estamos aquí para comprarnos una casa, tener hijos o éxito en el trabajo, estamos en el mundo para ser felices y eso para cada uno significa una cosa diferente, que oye, quizás sea comprarse una casa, tener hijos y éxito en el trabajo.

    Un abrazo desde la pérfida Albión.

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  2. Un placer leer siempre a una persona sensata. Se agradecen esas palabras, y la valentía de decirlas.

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