El ciclismo de antes ya no es lo que era


(24 / jul / 2022) - Hace poco discutía con mi hermano sobre la espectacularidad del ciclismo actual. Al margen de las grandes vueltas, durante la primavera también existen media docena de ‘carreras de un día’, como se les acostumbra en llamar a las grandes clásicas, que desde hace unos años son una orgía visual para los aficionados. Pese a todo, mi hermano -cuya dureza de testa es similar a la mía- rebuscaba en Wikipedia para ofrecerme ejemplos de que eso no era así. Se afanaba en defender que antes también había buenos ciclistas en las carreras buenas; que había espectáculo. Ninguno convencimos al otro. Aunque tengo razón -claro-, y este último Tour de Francia lo ha demostrado.

Corté mi relación con el ciclismo allá por 2008 o 2009, no recuerdo bien. Algo empezaba a oler raro debajo de la alfombra, y la sensación de que daría lo mismo la clasificación del Tour, porque luego en la sala de análisis se caerían uno o dos del ‘Top 10’, me dejó fuera. Me sentía traicionado por quienes no tenían la necesidad de hacerlo. Ya eran héroes. Aunque también eran humanos y trabajadores. De eso me di cuenta años más tarde.

Pero de repente todo cambió. Con un vacío conceptual de una década, algo que hace mella a la hora de seguir un deporte, me subí de nuevo a la bicicleta (mi sofá) -y me he subido a todo-. Fue en 2019, con la irrupción del colombiano Egan Bernal. De repente, un tipo joven y sin complejos dinamitaba la estructura de su propio equipo, tiranos de la carrera durante un lustro. Algo dentro de mí volvió a renacer. Había que estar atentos a ese tipo y los que podrían llegar detrás. Y vaya que si llegaron.

Al año siguiente emerge la figura del esloveno Pogacar; Van Aert empieza a despuntar; imaginamos lo que puede hacer Van der Poel, ¡y llega el puto Vingegaard!… el tren está en marcha. Y lo hace de una manera que no pensábamos en las primeras pedaladas de este siglo. En todos los terrenos, todos los días. Sin descanso. Animales con hambre de victoria; y no solo en verano. Esta gente quiere ganar en primavera, otoño, les da lo mismo.

Además, surgen varias estructuras ciclistas de mucho nivel. El talento se disemina de manera ordenada. Aparecen nuevos colombianos; ya no hace falta sufrir con Nairo. Llega desde Ecuador el indomable Carapaz, incluso en la mórbida transición española -en la que avanzamos sin pena ni victorias-, tras Alejandro Valverde se ve a lo lejos a Juan Ayuso o Carlos Rodríguez. Todo encaja.

YA NO ES EL DE ANTES

Por norma general estamos obsesionados con el pasado, ese que siempre fue mejor. Abrazamos recuerdos, “tours” de Indurain, veranos en el pueblo con frigopies derretidos. La nostalgia es placentera. Pero eso no pasa con el ciclismo. No pasa con estos locos ansiosos de cruzar la meta en primera posición.

No hay abrigo en los ajo blancos de la abuela, ni esperanza en los puntos rojos de Richard Virenque. Y no solo porque pudo ser una mentira, sino porque lo de ahora nos lleva más allá de la verdad. Y que dure.

Es posible que no volvamos a ser tan felices viendo ciclismo como en estos momentos. Así que recordemos este pasado dentro de 10 o 15 años por si no vuelve a ser como antes. Que la nostalgia viaja más rápido que el presente.

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