Que vivimos tiempos de indefinición colectiva es algo tangible. Crisis económicas, políticas, sociales... y así un sinfín de motivos para pensar que la sociedad está más viva que nunca pero con el rumbo desvíado hasta límites que antes no se habían visto.
Ante este escenario termina pasando lo que debe pasar: que se cierren las fronteras entre países para que los inmigrantes de unos no se sumen a los que tienen los otros, y que de repente en un país cualquiera de Europa la tercera fuerza polítca sea la extrema derecha.
No juzgaré la segunda idea. Es decir, si en Finlandia la población ha tomado como alternativa la extrema derecha, no seré yo, humilde periodista sin nombre, quien diga si es bueno o malo que un país radicalice sus ideales. En cuanto a lo que ha sucedido en la frontera entre Italia y Francia... bueno, creo que ahí el problema radica más allá que en la simple disputa de italianos y franceses, cuyo tema, por cierto, se les está escapando de las manos. No se puede culpar a ninguno de los gobiernos de las revueltas en el Norte de África, de hecho, quien si debe asumir responsabilidades en su conjunto es la Unión Europea, pero bueno, ¿qué es eso?, si no sabemos ni definirlo, malamente tomará decisiones.
Así pues, ante dicho escenario, la imagen que se proyecta en la frontera, pese a que insisto que es un problema que afecta a Europa en su globalidad, tratar de impedir que personas circulen por el mundo es siempre lamentable. Sí, hay que tener una inmigración regularizada, bla, bla, bla... pero en ese pensamiento utópico de un mundo libre con personas libres, que cuando llegas a un país bajen la barrera de paso es algo que nos debe seguir avengonzando.
Una verdadera lástima que un lunes por la mañana al levantarse las dos primeras noticas que se oigan sean la radicalización de las ideas en un país y su expresión en las urnas, y que entre dos países no pueden circular libremente las personas por la mera circunstancia de que su color de piel sea distinto.
Ante este escenario termina pasando lo que debe pasar: que se cierren las fronteras entre países para que los inmigrantes de unos no se sumen a los que tienen los otros, y que de repente en un país cualquiera de Europa la tercera fuerza polítca sea la extrema derecha.
No juzgaré la segunda idea. Es decir, si en Finlandia la población ha tomado como alternativa la extrema derecha, no seré yo, humilde periodista sin nombre, quien diga si es bueno o malo que un país radicalice sus ideales. En cuanto a lo que ha sucedido en la frontera entre Italia y Francia... bueno, creo que ahí el problema radica más allá que en la simple disputa de italianos y franceses, cuyo tema, por cierto, se les está escapando de las manos. No se puede culpar a ninguno de los gobiernos de las revueltas en el Norte de África, de hecho, quien si debe asumir responsabilidades en su conjunto es la Unión Europea, pero bueno, ¿qué es eso?, si no sabemos ni definirlo, malamente tomará decisiones.
Así pues, ante dicho escenario, la imagen que se proyecta en la frontera, pese a que insisto que es un problema que afecta a Europa en su globalidad, tratar de impedir que personas circulen por el mundo es siempre lamentable. Sí, hay que tener una inmigración regularizada, bla, bla, bla... pero en ese pensamiento utópico de un mundo libre con personas libres, que cuando llegas a un país bajen la barrera de paso es algo que nos debe seguir avengonzando.
Una verdadera lástima que un lunes por la mañana al levantarse las dos primeras noticas que se oigan sean la radicalización de las ideas en un país y su expresión en las urnas, y que entre dos países no pueden circular libremente las personas por la mera circunstancia de que su color de piel sea distinto.