La edad


(5 / jul / 2020) - Hay una edad, supongo, donde los planes para mañana pesan menos que los recuerdos. Una cifra en la que asumimos que empezamos a vivir más de lo que resta. Que aquellas fotos del Tuenti (si de verdad existieron) forman parte de un pasado que a duras penas convive con los absurdos problemas del día a día.

Intuyo que eso es la edad. A mis treintaymuchos lo noto. Tengo recuerdos. Bastantes. Por suerte viví en varias ciudades y conocí a gente rara. De todos aprendí. Con la mayoría sobrepasé los límites adonde la cerveza o el vino te llevan a comprenderte mejor. Pero aquí hemos venido a hablar de la edad.

Cada uno amuebla su vida como quiere. Unos la retozan en pañales, y otros la prefieren con algo más de holgura. Perros, gatos, canarios. Incluso los hay que deciden estar solos. Gran acierto, supongo. O no. De lo que nadie nos salva es de avanzar, cumplir años. Ser esclavos de tener más recuerdos que otra cosa.

¿Y en ese momento qué hacemos? Cuando Azúcar Moreno nos saca una sonrisa, o inocentes recordamos las trompadas que le daban al muro de Berlín. Somos hijos (de puta) de los años ’80. Los reyes del marketing se están cebando con nosotros. Las historias de la EGB, el programa de la Pastor con entrevistas a Fermín Cacho, las listas de Spotify… vivimos en un presente que nos quiere devolver al pasado, a nuestros recuerdos; lo que todavía tenemos.

Pero bueno, voy a ver si centro la reflexión. Llevo casi 300 palabras de gilipolleces para no decir nada. Solo quejas, lamentos de mirar de lejos la cuarentena. Joder, ¡cómo si nadie hubiera cumplido 40! Y eso que todavía me queda. Aunque la nostalgia me despista. “Ya nada volverá a ser como antes”. Y ahora en mi cabeza El canto de loco; a ver quién me lo saca hoy de la cabeza.

La cuestión de la edad -vuelvo a suponer- es asimilar fases, años y ganas de agradar a las santas necesidades de cada uno sin depender tanto de lo que piensen los demás. Omito los “cojones” porque espero que un día mi sobrino se lea entero este blog. En todo caso, siempre es complejo avanzar sin caer en la cuenta de que algo puede estar quedando atrás. Más, cuando ves esos recuerdos llenos de lagunas, cosas que te hubiera gustado hacer (y otras que no quisiste hacer), u otras muchas que no te atreviste. Y vuelta al drama. ¿Estaremos a tiempo?

Básicamente somos generadores de recuerdos. Vivimos para rememorar mañana, en algún festejo íntimo, eso que hemos hecho hace unos años. ¿Pero hasta qué edad generamos esas experiencias? Más melancólico aún, ¿hasta qué edad merecen la pena? Supongo, y joder -no soy gilipollas-, que muchas de esas experiencias mutarán, serán de otra manera…. no siempre se tiene 25 años.

Sea como sea, y como cada uno quiera que sea, lo importante es no dejar de generar esos recuerdos, entiendo. Si no, ¿qué pasará cuando suene ‘Alegría’?

Disclaimer: Este post va dedicado a Antonio Soriano. Porque un día, y eso sí que es un recuerdo, cogió un portátil en mitad del mar y lo reventó… o lo quiso reventar… bueno, qué más da, es un recuerdo.

1 comentario:

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