Entre tintos (y pinchos)


(30 / mar / 2019) - Demasiadas veces fantaseamos con la despensa del vecino cuando la nuestra, sin saberlo, puede estar llena de cosas fascinantes. Quizá esta frase resume mi paso por La Rioja durante la última semana. Y es que desde hacía tiempo andaba con el runrún de visitar la Toscana italiana o la Provenza francesa. Entonces, pensé, para qué carajos irse tan lejos cuando nosotros tenemos una bodega bien apañada. Y vaya si está apañada.

Quizá llevado por el entusiasmo de los últimos crianzas, a cual de ellos mejor, me veo en la tesitura de recomendar una escapada a La Rioja. Y ojo, no me paga nadie por hacerlo. Vengo a este espacio con libre voluntad. Simplemente me ha parecido una región preciosa que, a apenas tres horas y pico en coche, es capaz de aunar tradición, vanguardia y más soflamas de esas que dicen los carteles de Fitur. Pero todo es verdad.

De hecho, inconscientemente preparo la próxima escapada a La Rioja y pienso en la minibodega que voy a preparar en el trastero. Además, mi ruta por la tierra del vino ha coincidido en la semana que "la España vacía" marcha sobre Madrid para pedir clemencia (y ayudas) por el robo de paisanos.

Y creo que La Rioja es un ejemplo perfecto para hablar de la España rural, los pueblos vacíos y cómo conseguir que un chaval de 18 años quiera vivir en una localidad de 3.000 habitantes en vez de bajarse a Madrid para infravivir en un alquiler de más de 1.000 euros y, lo más probable, con otros compañeros en la misma situación.

Al margen de mi viaje, que para mí queda, y el que quiera detalles, le invito a un crianza y le cuento, los paseos por Briones, Haro o Ezcaray; más las rutas de vinos por Logroño, me han llevado a reflexionar sobre esa "España vacía" y qué hacer para que se vuelva a llenar. O, al menos, para que no se vacíe del todo.


LOGROÑO MOLA, ¡COÑO!

Después de seis días danzando por La Rioja lo tengo claro (más o menos): si Logroño ofreciera una expectativa laboral media, sería una ciudad en la que me gustaría vivir. A su vez, si Logroño fuera capaz de aumentar dicha expectativa, incluso me podría plantear vivir en Haro, Ezcaray o Briones; y es que hay que tener en cuenta que encontrar curro en estos pueblos sí que es jodido. No nos vamos a engañar.

Las conexiones por carretera son buenas. La calidad de vida perfecta. Y Logroño, a menos de lo que tardaría en metro a mi trabajo, ofrece ocio, cultura y todo lo que tengo (o hago uso en Madrid). Además, hay vino del bueno a un precio inmejorable, y se come a nivel celestial. Lo demás, sobra. En cualquier caso, como todavía no me voy a ir a vivir a Logroño -y digo todavía-, lo que sí hago al menos es recomendar una escapada a aquellas tierras. Para comer, beber, disfrutar y descansar. Simple.

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