'El capital', tan real como la vida

Quizá no todo sea real, pero el problema es que tampoco abundan las mentiras. En la película francesa 'El capital', del director Constantin Costa-Gavras, se retrata el día a día de un banquero de la entidad financiera más importante de Francia. Todo ficticio (los nombres). 

En el énfasis que hago sobre esa ficción dejo claro que es solo en los nombres, lugares y ambientación, porque todo lo demás, por desgracia, es algo real como la vida misma. Luchas de poder por un sillón, guerras internas dentro de la empresa, corrupción, y también cosas que tenemos muy presentes: miles de despidos en empresas con beneficios pero que solo lo hacen por sanear, primas millonarias a ejecutivos que no hacen bien su trabajo... 

Sinceramente creo que es una película que todo el mundo debería ver. Así, cada vez que alguien ve 'Salvados' el domingo por la noche dejará de sorprenderse como si lo que expone Jordi Évole fuera lo más raro del mundo. Y es que cada vez tengo más claro que hay una falta de cultura económica en este país, apuntalada más si cabe por un periodismo hasta ahora vendido, que provoca un velo de ignorancia demasiado grueso. 

Como digo, quizá la película sea exagerada, pero en realidad muestra las fases de poder reales de una entidad financiera, sus órganos de gobierno, la importancia de los accionistas, sobre todo los mayoritarios, la repercusión de la bolsa, las fusiones, compras, ventas... En definitiva, una degustación de los bajos fondos financieros que se producen a diario y de los que tenemos constancia desde hace, tan solo, unos 4 o 5 años. 

Sin duda, 'El capital' pasará desapercibida por una gran mayoría de espectadores, al menos hasta que vean como el banco de debajo de su casa entra en esa espiral de despidos, escándalos y demás situaciones que al final bajan a la vida real y nos golpean en nuestras caras de estúpidos descreídos. Ojalá entendiéramos de una vez que lo que sucede en la economía, aunque sea eso a escala global que no llegamos a entender, tarde o temprano termina llamando a la puerta de nuestra casa, en la intimidad de nuestro sofá, mientras vemos a famosos tirarse a una piscina, y nos dice que la empresa en la que trabajamos ha quebrado porque su máximo accionista se ha ido a la bancarrota, porque su entidad financiera no ha podido colocar sus activos tóxicos. Difícil, ¿verdad? Pero real.

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